
Agroecosistema - Dehesa (Badajoz)
Ecosistema: Agroecosistema - Dehesa. Comarca: Badajoz / Badajoz / Extremadura
Compuesta por sistemas de agricultura tradicional y agricultura convencional e industrial, incluyendo nuevas tendencias ecológicas, orgánicas… con el fin de obtener alimentos, fibras y otros materiales de origen biótico. También lo forman los sistemas ganaderos extensivos, con presencia o no de árboles, buena parte de los cuales mantienen usos mixtos y pueden calificarse como agrosilvopastorales.
El resalveo y formación del árbol tenía lugar por tanto en la época de la roza, el laboreo y la poda, prácticas con las que hemos visto estaba vinculado, y se formaban pies de encina, alcornoque, quejigo o roble melojo, según las zonas. La siembra de encinares no era habitual, aunque algunos propietarios o empleados enterraban o rehundían bellotas de encinas dulces. Sin embargo la memoria colectiva guarda el recuerdo de hojas de terreno enteras convertidas en alcornocal por siembra. En la actualidad el resalveo sigue siendo la práctica habitual en zonas en que ahora prolifera tanto el matorral, ya que se pueden dejar muchos resalvos cuando se desmonta.

Salvo en algunos casos que se pueden constatar en alcornocales, la forma habitual de creación y mantenimiento de la arboleda de la dehesa ha sido el resalveo o selección de renuevos de matas de quercíneas para formar árboles. Cuando se rozaba el terreno o cuando se laboreaba, se iban dejando uno o varios “resalvos” a los que se daba una poda de formación o “apostado” llegado el momento, siguiendo una forma canónica, normalmente con dos ramas principales. Se solía ir dejando resalvos donde se preveía que fuera necesario sustituir un árbol ya viejo, o donde por alguna razón desapareciera alguno.
PODA
Los árboles de la dehesa son una elaboración cultural, tanto por la selección genética, como por la forma canónica de los mismos y su manejo, en todo lo cual tiene una importancia principal la poda. La primera de ellas es la de formación, para ir dándoles la forma adecuada. Por lo general se buscaban árboles ya suficientemente desarrollados de dos ramas principales o ramas de cruz, aunque en dehesas sobre suelos fértiles pueden soportar tres. En muchos casos se indica que había que abrir las ramas de cruz a la altura del pecho de una persona, esperando que crecieran. Hay que tener en cuenta que, al ser árboles a los que había que subirse para las podas de mantenimiento posteriores, no convenía dejar muy alta la cruz. En los alcornoques, sin embargo era frecuente que las cruces quedaran más altas para ofrecer suficiente superficie en donde desarrollarse las planchas de corcho. Durante la poda se iban cortando ramas que no fueran interesantes. Por ejemplo en el caso de la encina se suprimían las que fueran hacia arriba desde el tronco (ramas de “trepa”), porque producían menos bellota. Sin embargo en el alcornoque era preferible dejar algunas llamadas sombreros que protegían del sol al tronco, donde se produciría el corcho. Convenía no cortar ramas gruesas, de más de 10 cm de diámetro, porque los cortes son heridas por donde se introducen enfermedades. También había que ir dejando ramas pequeñas, que en el futuro sustituyeran a otras grandes que pudieran desaparecer. Se buscaba que el árbol tuviera una forma globular aunque según las zonas y el interés que hubiera por la bellota o la leña, esta sería distinta. Los quejigos se podían podar al desmoche, cortando todas las ramas gruesas, porque rebrotan bien. El tamaño del hacha que se empleaba dependía del grosor de las ramas que se fueran a cortar, de gran tamaño para cortar ramas gruesas, y pequeñas para ir limpiando ramas menudas.
En las dehesas más llanas y/o sobre pastoreadas, la carga ganadera hace que los animales acaben con los rebrotes, por lo que no es posible renovar la dehesa. Por ello actualmente es bastante frecuente la repoblación con encinas y alcornoques, que además han contado con subvenciones de las administraciones públicas. Para ello hay que controlar el acceso del ganado a las parcelas donde se realizan las repoblaciones, y como consecuencia controlar los incendios con el laboreo. Otra medida es proteger los nuevos pies. Otra forma de manejo de los árboles era la “entresaca” o eliminación de árboles, sobre todo encinas, cuando se consideraba que había mucha densidad o estorbaba alguno. A veces los carboneros derribaban ocultamente alguna encina para carbón. Hoy en día esta práctica no tiene lugar, entre otras cosas por el retroceso de la arboleda y por el control de los forestales ante la tala de árboles.
PODA
Los árboles de la dehesa son una elaboración cultural, tanto por la selección genética, como por la forma canónica de los mismos y su manejo, en todo lo cual tiene una importancia principal la poda. La primera de ellas es la de formación, para ir dándoles la forma adecuada. Por lo general se buscaban árboles ya suficientemente desarrollados de dos ramas principales o ramas de cruz, aunque en dehesas sobre suelos fértiles pueden soportar tres. En muchos casos se indica que había que abrir las ramas de cruz a la altura del pecho de una persona, esperando que crecieran. Hay que tener en cuenta que, al ser árboles a los que había que subirse para las podas de mantenimiento posteriores, no convenía dejar muy alta la cruz. En los alcornoques, sin embargo era frecuente que las cruces quedaran más altas para ofrecer suficiente superficie en donde desarrollarse las planchas de corcho. Durante la poda se iban cortando ramas que no fueran interesantes. Por ejemplo en el caso de la encina se suprimían las que fueran hacia arriba desde el tronco (ramas de “trepa”), porque producían menos bellota. Sin embargo en el alcornoque era preferible dejar algunas llamadas sombreros que protegían del sol al tronco, donde se produciría el corcho. Convenía no cortar ramas gruesas, de más de 10 cm de diámetro, porque los cortes son heridas por donde se introducen enfermedades. También había que ir dejando ramas pequeñas, que en el futuro sustituyeran a otras grandes que pudieran desaparecer. Se buscaba que el árbol tuviera una forma globular aunque según las zonas y el interés que hubiera por la bellota o la leña, esta sería distinta. Los quejigos se podían podar al desmoche, cortando todas las ramas gruesas, porque rebrotan bien. El tamaño del hacha que se empleaba dependía del grosor de las ramas que se fueran a cortar, de gran tamaño para cortar ramas gruesas, y pequeñas para ir limpiando ramas menudas.
En las dehesas más llanas y/o sobre pastoreadas, la carga ganadera hace que los animales acaben con los rebrotes, por lo que no es posible renovar la dehesa. Por ello actualmente es bastante frecuente la repoblación con encinas y alcornoques, que además han contado con subvenciones de las administraciones públicas. Para ello hay que controlar el acceso del ganado a las parcelas donde se realizan las repoblaciones, y como consecuencia controlar los incendios con el laboreo. Otra medida es proteger los nuevos pies. Otra forma de manejo de los árboles era la “entresaca” o eliminación de árboles, sobre todo encinas, cuando se consideraba que había mucha densidad o estorbaba alguno. A veces los carboneros derribaban ocultamente alguna encina para carbón. Hoy en día esta práctica no tiene lugar, entre otras cosas por el retroceso de la arboleda y por el control de los forestales ante la tala de árboles.
Inventario Español de Conocimiento Tradicional relativo a la Biodiversidad
Créditos imagen: DBG-INIA
Créditos imagen: DBG-INIA
SACA DEL CORCHO
Cada nueve años se quitaba el corcho a los alcornoques. Este se va desarrollando entre la madera del árbol y la casca, la película que lo reviste. En los escasos terrenos con matorral, un trabajo previo al descorche era la limpieza del terreno, al menos bajo el árbol, y adecuar caminos de llegada y vías de extracción de las planchas. Con un hacha especial bastante curva en su filo había que ir dando golpes para abrir las “hiendas”, líneas que delimitarían las planchas o corchas que se iban a sacar. Había que tener cuidado de no herir más que la corcha sin llegar a la corteza del árbol pues este se puede resentir y salirle bultos que harían que las planchas que crezcan para la siguiente saca mostraran protuberancias. Esto va en detrimento de la calidad de las propias planchas y dificulta su arranque, al quedarse más pegadas al árbol. Una vez “dadas” las rayas o hiendas se metía entre ellas un palo aguzado o el propio cabo del hacha, también un poco cortado al sesgo, para ir haciendo que se desprendan las placas. Se empezaba esta operación por el tronco para terminar desprendiendo los “aparejos” (planchas que quedaban sobre las horcajas y en las ramas de cruz del árbol), de tal manera que en ellas se sujetaran los hombres que cortaban desde arriba y no resbalaran. Se cortaba desde unas cuantas cuartas más arriba de la cruz, y cada año se iba subiendo un poco más, con el crecimiento del árbol, pero sin llegar a descorchar más allá de la segunda cruz de ramas. La corcha de la parte inferior del alcornoque, la que pega con la tierra, se llamaba “zapata” y para arrancarla había que echar mano de un azadón. Los especialistas en extraer la corcha, eran los “sacaores” o “descorchaores”, que debían tener bastante pericia, por el pulso que se requería y por la precisión del corte. Tras ellos venía el “rajaor”, que se encargaba de rajar las planchas, cortándolas en tiras más estrechas y menos curvas que las que salen al desprenderlas del contorno del árbol. Los “juntaores”cogían estas planchas y las sacaban de debajo de los árboles hasta el lugar donde pudieran cargarla los hombres que iban con las bestias. Estos, a su vez, las llevaban hasta el lugar donde se pesaba el corcho para su venta a los intermediarios o a los cocederos y fábricas. Pero del corcho también se sacaban colmenas para las abejas y utensilios diversos, como tapones, fiambreras, “cucharros” (especie de cazos o cuencos para diversos usos) o asientos.
Como se ha indicado, la época de saca era entre mediados de mayo y mediados de agosto, cuando “se da la corcha”, es decir, que se puede desprender con facilidad. La cadencia de nueve años entre cada saca venía marcada por la tradición, aunque no era algo rígido sino que, dependiendo del beneficio que hubiera tenido el árbol, se podía retrasar un año, no más, hasta que el corcho fuera lo suficientemente grueso.
Cada nueve años se quitaba el corcho a los alcornoques. Este se va desarrollando entre la madera del árbol y la casca, la película que lo reviste. En los escasos terrenos con matorral, un trabajo previo al descorche era la limpieza del terreno, al menos bajo el árbol, y adecuar caminos de llegada y vías de extracción de las planchas. Con un hacha especial bastante curva en su filo había que ir dando golpes para abrir las “hiendas”, líneas que delimitarían las planchas o corchas que se iban a sacar. Había que tener cuidado de no herir más que la corcha sin llegar a la corteza del árbol pues este se puede resentir y salirle bultos que harían que las planchas que crezcan para la siguiente saca mostraran protuberancias. Esto va en detrimento de la calidad de las propias planchas y dificulta su arranque, al quedarse más pegadas al árbol. Una vez “dadas” las rayas o hiendas se metía entre ellas un palo aguzado o el propio cabo del hacha, también un poco cortado al sesgo, para ir haciendo que se desprendan las placas. Se empezaba esta operación por el tronco para terminar desprendiendo los “aparejos” (planchas que quedaban sobre las horcajas y en las ramas de cruz del árbol), de tal manera que en ellas se sujetaran los hombres que cortaban desde arriba y no resbalaran. Se cortaba desde unas cuantas cuartas más arriba de la cruz, y cada año se iba subiendo un poco más, con el crecimiento del árbol, pero sin llegar a descorchar más allá de la segunda cruz de ramas. La corcha de la parte inferior del alcornoque, la que pega con la tierra, se llamaba “zapata” y para arrancarla había que echar mano de un azadón. Los especialistas en extraer la corcha, eran los “sacaores” o “descorchaores”, que debían tener bastante pericia, por el pulso que se requería y por la precisión del corte. Tras ellos venía el “rajaor”, que se encargaba de rajar las planchas, cortándolas en tiras más estrechas y menos curvas que las que salen al desprenderlas del contorno del árbol. Los “juntaores”cogían estas planchas y las sacaban de debajo de los árboles hasta el lugar donde pudieran cargarla los hombres que iban con las bestias. Estos, a su vez, las llevaban hasta el lugar donde se pesaba el corcho para su venta a los intermediarios o a los cocederos y fábricas. Pero del corcho también se sacaban colmenas para las abejas y utensilios diversos, como tapones, fiambreras, “cucharros” (especie de cazos o cuencos para diversos usos) o asientos.
Como se ha indicado, la época de saca era entre mediados de mayo y mediados de agosto, cuando “se da la corcha”, es decir, que se puede desprender con facilidad. La cadencia de nueve años entre cada saca venía marcada por la tradición, aunque no era algo rígido sino que, dependiendo del beneficio que hubiera tenido el árbol, se podía retrasar un año, no más, hasta que el corcho fuera lo suficientemente grueso.
TRATAMIENTO DE PLAGAS
La polilla lagarta (Lymantria dispar) era la plaga que más atacaba a la arboleda, para lo cual se fumigaba cada ciertos años en primavera, con productos químicos en mochila o desde avionetas a partir de los años sesenta y hasta la actualidad. Las fumigaciones han causado problemas a la fauna, sobre todo a las aves. Las palomas eran también un problema para la cosecha de bellotas y en algunas fincas se usaban cohetes para espantarlas. Actualmente no hay apenas problemas de lagarta y se fumiga muy esporádicamente y con avionetas. Sin embargo, la seca de las encinas y alcornoques es un problema gravísimo, que asola áreas crecientes de dehesa y parece estar muy relacionado con la tiña del castaño (Phytophthora cinnamomi Rands). El coleóptero Cerambix cerdo Linnaeus, 1758 también es una plaga mortal para el arbolado, y contra él se utilizan, con escasos resultados, compuestos líquidos que tienen la función de trampas de cebo.
La polilla lagarta (Lymantria dispar) era la plaga que más atacaba a la arboleda, para lo cual se fumigaba cada ciertos años en primavera, con productos químicos en mochila o desde avionetas a partir de los años sesenta y hasta la actualidad. Las fumigaciones han causado problemas a la fauna, sobre todo a las aves. Las palomas eran también un problema para la cosecha de bellotas y en algunas fincas se usaban cohetes para espantarlas. Actualmente no hay apenas problemas de lagarta y se fumiga muy esporádicamente y con avionetas. Sin embargo, la seca de las encinas y alcornoques es un problema gravísimo, que asola áreas crecientes de dehesa y parece estar muy relacionado con la tiña del castaño (Phytophthora cinnamomi Rands). El coleóptero Cerambix cerdo Linnaeus, 1758 también es una plaga mortal para el arbolado, y contra él se utilizan, con escasos resultados, compuestos líquidos que tienen la función de trampas de cebo.